Fuente: Vigilanteinformativo.com
PUERTO PRINCIPE, Haití.- La capital haitiana se caracteriza por ser un gran mercado, pero desde el martes, se convirtió en un gran cementerio de hombres, mujeres y niños sepultados sin cruces bajos los escombros de un terremoto de 7.0 grados en la escala de Richter, y sigue temblando.
PUERTO PRINCIPE, Haití.- La capital haitiana se caracteriza por ser un gran mercado, pero desde el martes, se convirtió en un gran cementerio de hombres, mujeres y niños sepultados sin cruces bajos los escombros de un terremoto de 7.0 grados en la escala de Richter, y sigue temblando.
El olor a muertos apesta en barrios residenciales y en las favelas ubicadas en las laderas de los cerros que dan a esta ciudad un panorama distinto.
Los haitianos se identifican por ser personas que caminan mucho, pero en estos días parece que perdieron el rumbo y se ven subir y bajar los cerros de la primera capital de la América morena que se independizó de la colonización europea.
En las carreteras se observan los camiones, llamados aquí tác -tác con gente de la capital que se dirigen al Plantón Central, al Norte y a otras zonas lejos de la capital fúnebre de gente atontada que no sabe por dónde comenzar sus vidas.
En la mayoría de los sectores de la ciudad retiraron los cadáveres que estaban a la vista de los transeúntes, pero, allí, bajo los escombros, la gente no puede ver los muertos, pero los percibe por la descomposición agudizada por una temperatura que por momentos llega a los 34 grados Celsius.
Los rescatistas parecen ser insuficientes para buscar sobrevivientes entre los escombros y están atados de pies y manos para retirar los muertos bajos lozas de concretos y montones de ladrillos.
En la mayoría de los casos, a los muertos los están buscando sus propios familiares y vecinos, sin mascarillas y para soportar el olor a carne descompuesta utilizan crema dental bajo sus narices.
En las periferias de la capital, donde los daños del sismo fue menor la vida parece normalizarse, sin combustibles y con escasas ventas en las calles.
Todos los espacios públicos, que aquí son escasos, están ocupados por personas que perdieron sus viviendas o simplemente temen que se repita el sacudión del martes.
Las ambulancias suben y bajan, van y vienen, con heridos y traumatizados que rescataron deshidratados de los escombros de alguna edificación que les dejo algún espacio para que vivieran.
Se lo llevan a toda velocidad al campamento dominicano ubicado en la zona Industrial o simplemente se dirigen a la frontera para el hospital General Melenciano, de Jimani, a 63 kilómetros de esta capital y a 284 de Santo Domingo.
En un hotel próximo a la embajada dominicana en Petion Ville, uno de los ejecutivos se afanaba con algunos obreros para rescatar varios cadáveres que seguían sepultados bajo los escombros.
Contó que eran nueve huéspedes, cuatro holandeses, tres haitianos y dos norteamericanos. Hasta allí no habían llegados los rescatistas 72 horas después del temblor.
En la avenida Panamericana se observan algunos cuerpos de niños en las laderas con su muerte de ahogo pintada en sus rostros.
Más abajo, en Cazeau, Ketty Lonisne, de 33 años, quien escapó de los escombros, donde estuvo sepultada por varias horas, escarba con las manos para rescatar el cuerpecito de su hija de seis meses y su sobrina de 22 años. Un grupo de vecinos la ayudaba.
También se proponían buscar otras dos señoras que ya no volverán a compartir café en las tardes de lluvias.
El “Centro Puente Haití”, el mismo que fundaran los sacerdotes Jesuitas, Pedro Ruquoi y Pedro Yves Edmond, tendrá que ser demolido. Las furias del temblor no pudo echarlo abajo, pero las estructuras quedaron tan maltratadas que ingenieros dominicanos consultados, recomiendan su demolición.
Los sectores más afectados por el terremoto del 12 de enero fueron el centro de Puerto Principe, Petion Ville, Balais, Bauder, Carrefour entre otros.
En algunas calles, los muertos fueron retirados y llevados a una fosa común en el Cementerio Nacional, otros, son incinerados por los vecinos en plenas calles.
Los menos, encuentran un cajón de prisa y unas manos que los lleven al cementerio sin ritos y sin llantos.
Es como si sus lágrimas las secara el tanto sufrir.
Puerto Príncipe perdió la alegría de sus multicolores camiones de transportes para convertirse en una ciudad fúnebre sembrada de muertos.