Episcopado pide más ayuda para Haití

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SANTO DOMINGO.- La Conferencia del Episcopado Dominicano (CED) hizo un llamado a la comunidad internacional para que no desmaye en los esfuerzos para la recuperación total de Haití y afirmó que ante la cultura de derroche y confort que exhibe el mundo de hoy, la extrema pobreza de la vecina nación es vergüenza.

“Muchas veces la misma naturaleza nos hace abrir los ojos ante la extrema pobreza que viven muchos de nuestros países”, señalan los obispos en Carta Pastoral de este año 2010, con motivo de las festividades de la Virgen de La Altagracia.

La Pastoral, dedicada en casi todas sus partes a una reflexión sobre el sacerdocio, exhorta a los dominicanos, especialmente a los católicos, a que sigan realizando gestos de solidaridad con acciones continuadas, desde la oración por los fallecidos y afectados, hasta la donación de alimentos, medicinas y aportes en efectivo.

Los obispos recuerdan a los sacerdotes que “están llamados a ser hombres de la misericordia y la compasión, cercanos a su pueblo y servidores de todos”. Los invitan a que estén atentos a las necesidades de los más pobres, defiendan los derechos de los más débiles y promuevan la cultura de la solidaridad”.

La Pastoral está firmada por Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, Primado de América, y presidente de la Conferencia; Ramón Benito de la Rosa y Carpio, arzobispo metropolitano de Santiago de los Caballeros; Juan Antonio Flores Santana, arzobispo emérito; Fabio Mamerto Rivas, SDB, obispo emérito; Jesús María de Jesús Moya, obispo de San Francisco de Macorís; Jerónimo Tomás Abreu Herrera, obispo emérito; Francisco José Arnaiz, SJ, obispo auxiliar emérito; José Dolores Grullón Estrella, obispo de San Juan de la Maguana; Antonio Camilo González, obispo de La Vega.

Además por Amancio Escapa Aparicio, O.C.D., obispo auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo; Pablo Cedano Cedano, obispo auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo; Gregorio Nicanor Peña Rodríguez, obispo de La Altagracia, Higüey; Francisco Ozoria Acosta, obispo de San Pedro de Macorís; Freddy Antonio Bretón Martínez, obispo de Baní; Rafael Leonidas Felipe Núñez, obispo de Barahona; Diómedes Espinal de León, obispo de Mao-Montecristi; Julio César Corniel Amaro, obispo de Puerto Plata; y Valentín Reynoso Hidalgo, M.S.C., obispo auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros.
A continuación el texto de la Carta Pastoral:

1. Ya se ha hecho costumbre y hasta hermosa tradición el que dirijamos una Carta Pastoral al pueblo dominicano, al inicio de cada año, en la solemnidad de la Virgen Nuestra Señora de La Altagracia, Madre Protectora de nuestro pueblo, con la finalidad de desearle paz y felicidad y a la vez compartir una reflexión que marque la vivencia del año.

2. La Carta Pastoral este año está dedicada de manera muy especial a una reflexión sobre el sacerdocio, acogiendo la propuesta que nos ha hecho el Papa Benedicto XVI, quien convocó un Año Sacerdotal (19 de junio 2009 ñ 11 junio 2010), con motivo de los 150 años de la partida al reino celestial del Padre Juan María Vianney (Santo Cura de Ars), Patrono de todos los sacerdotes, de gran testimonio y vida ejemplar como pastor.

3. El Papa Benedicto XVI nos propone como objetivo “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” precisamente cuando el lema de este año en el Plan Nacional de Pastoral es con Cristo en comunidad, cambiemos la sociedad, en que el sacerdote es llamado a profundizar la vivencia de su misión como un servicio a la comunidad y convertirse él mismo en un servidor de la comunión.

El sacerdote, pues, a imagen del Buen Pastor “está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades”.

4. El Papa, con gran unción, parte del hermoso ideal del Santo Cura de Ars, quien afirma: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, para de inmediato reconocer que el don del sacerdocio no es sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad.

El Santo Padre nos dice en dicha carta: “¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de amigos de Cristo, por ser elegidos y enviados por él?”; y continua diciendo: “¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?”.

5. Esa hermosa manera con la que el Papa describe al sacerdote como regalo de Dios para la Iglesia y para la sociedad, la ha entendido muy bien nuestro pueblo dominicano, que se siente tan cercano a sus obispos y a sus sacerdotes, y que tiene una valoración tan alta de ellos, que los acoge con sinceridad y con gratitud.

6. Aprovechamos esta ocasión para exhortar a todos los sacerdotes a mantenerse firmes, entusiastas y abnegados, sirviendo con generosidad al pueblo dominicano. Queremos aprovechar también para reflexionar con nuestros fieles y con los hombres y mujeres de buena voluntad, sobre la esencia y la misión del sacerdote en nuestra sociedad.

I. Esencia y Misión del Sacerdote: elegido, llamado, consagrado y enviado.

7. El sacerdote es una realidad presente, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ya que entre ambos hay una continuidad y el primero es una preparación del segundo. Encontramos en toda la Sagrada Escritura cuatro elementos fundamentales de la institución del sacerdocio. a) Es una persona elegida por Dios.

8. Toda vida humana es una elección divina. De ahí su valor absoluto insustituible y su alta dignidad. Es Dios quien nos elige desde antes de estar en el vientre de nuestra madre (Cfr Jer 1, 5). De esta elección participamos todos.

En el Nuevo Testamento aparece el sacerdocio común o bautismal de los cristianos, como participación real en el sacerdocio de Cristo, que constituye una propiedad esencial del Nuevo Pueblo de Dios: “Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad” (1 Pe 2, 9). El Apocalipsis nos dice igualmente: “nos ha hecho estirpe real, sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1, 6); o bien “Los hiciste un reino de sacerdotes para nuestro Dios” (Ap 5, 10), “... serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él” (Ap 20, 6).

Estos pasajes nos recuerdan lo dicho en el Éxodo: “Entre todos los pueblos, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19, 5-6). En este sentido, el Documento de Aparecida señala la estrecha relación que existe entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, donde “cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo”. b) Es una persona llamada por Dios.

9. De ese sacerdocio común Jesús llamó a los Doce, constituyendo el sacerdocio ministerial.

El Evangelista Marcos describe esa llamada así: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Instituyó Doce, para que estuvieran con él” (Mc 3, 13-14). Nadie se apropia esta llamada. Es una elección divina. De ahí su valor fundamental para la comunidad.

Es Dios quien llama.

A la persona le toca responder.

No se elige por cualidades humanas, sino por pura voluntad divina.

De aquí que “el sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su unión con Cristo-cabeza”.

El sacerdote es, por tanto, un ser humano sacado de entre los hombres, por pura iniciativa divina: “Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer sacrificios por los pecados propios igual que por los del pueblo.

Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón” (Heb 5, 1-4). c) Es una persona consagrada para Dios.

10. En la Biblia se usa el término “consagración” para hacer referencia a la pertenencia total y absoluta a Dios de una cosa o de una persona.

Por el sacramento del Orden el consagrado es propiedad exclusiva de Dios. En este sentido se debe entender el mismo celibato sacerdotal.

El Documento de Aparecida enfatiza que el “sacerdote o presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios, el celibato que le posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso”.

El celibato sacerdotal debe, pues, valorarse como una entrega total a Dios y una donación incondicional a la humanidad.

Sólo así se entiende el celibato y sólo así es valorado por la Iglesia. Son llamados al sacerdocio aquellos que han hecho una experiencia profunda de Dios, la que los capacita para hacer una donación total de sí por la causa del Reino y han sido elegidos por la Iglesia después de un adecuado discernimiento sobre si tienen el carisma del celibato.

11. Los sacerdotes, habilitados por el carácter y por la gracia sacramental del Orden, se consagran voluntariamente al servicio de todos en la Iglesia.

Así podemos afirmar que el sacerdocio de Cristo, después de la resurrección y por medio del Espíritu Santo, se hace presente en la Iglesia por el ministerio de los apóstoles.

El mismo San Pablo le otorga a su ministerio de predicación un sentido sacrificial, litúrgico- sacerdotal, una diaconía al servicio de la Iglesia, ya que él cumple la misión que se le ha otorgado (Cfr 1 Cor 9, 17).

12. El Apóstol Pablo tiene conciencia de haber sido llamado por la gracia de Cristo, para anunciar el Evangelio a los gentiles (Cfr Gál 1, 11-16), de haber recibido el ministerio de lo alto mediante una llamada particular. Por eso no se acobarda en el empeño de desgastarse en beneficio de aquellos que le han sido encomendado (Cfr 2 Cor 12, 15).

13. De todo eso nos queda muy claro que el sacerdote es segregado y consagrado a la obra del Señor (Cfr Heb 5, 1).

Esa es su esencia y su naturaleza, lo cual significa que el sacerdocio no es un asunto meramente humano, tampoco es un gusto o elección personal, sino una llamada de parte del Señor para “ser instrumento vivo de él”. d) Es una persona enviada por Dios.

14. Esa consagración tiene, naturalmente, una finalidad: convertirse como Cristo en “pastor”. El sacerdote está llamado a “ser pastor” (Cfr Heb 11, 20; Jn 2, 1-15)13; eso quiere decir, realizar la misión de Cristo en el Pueblo de Dios, que es evangelizar, guiar, conducir y santificar a la gente para que se vaya haciendo visible el Reino de Dios.


15. La identidad sacerdotal viene de la voluntad divina en favor de la salvación. Cuando hablamos de la identidad sacerdotal nos referimos a su “configuración con Cristo”.

Esa identidad o configuración con Jesús la hace el sacerdote a través de tres elementos fundamentales:

a) Por la palabra, por eso se le pide que sea: Un hombre de palabra (responsabilidad y honradez), de la palabra (actitud profética) y ante la palabra (dejarse interpelar por ella).

b) Por el culto en la sagrada liturgia, y así él es: Un hombre de la Eucaristía, de la reconciliación y de oración.

c) Por la caridad pastoral o misión, por la que debe ser un hombre para guiar y dar participación, para vivir en comunión con los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, laicos y con todos los seres humanos.

Debe estar al servicio de todos, especialmente de los pobres.

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